A inicios del siglo XX los estudios de Física en la Universidad de Copenhague eran de muy alta calidad. En uno de los exámenes un profesor quedó extrañado ante una insólita respuesta de uno de sus estudiantes.
La cuestión del examen consistía en exponer cómo calcular la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro, instrumento que, como es bien sabido para lo que sirve es para la determinación de la presión atmosférica. La respuesta que dio el estudiante había sido: subamos a la azotea del edificio, atemos una cuerda muy larga al barómetro, dejemos descolgarlo hasta la calle, marquemos el punto superior de la cuerda y, finalmente, midamos la distancia entre ese punto y el del anudamiento con el barómetro.
Las dudas del profesor era que aunque la respuesta era correcta no demostraba que tuviese unos adecuados conocimientos de física. Por ello, cualquier calificación podría ser inadecuada. Aunque se disponía a suspenderlo, ante la petición de algunos estudiantes y profesores decidió consultar el caso con un gran científico, Sir Ernest Rutherford, padre de la física nuclear y Premio Nobel de Química en 1908, cuya investigación se realizaba en esa época en la Universidad de Manchester.
Lord Rutherford sugirió al profesor que le diese otra oportunidad al alumno y en ella, en presencia del propio Rutherford, le dieron al alumno 6 minutos para que respondiese a la misma pregunta, pero con la condición de demostrar sus conocimientos físicos. Durante los primeros 5 minutos permaneció totalmente inactivo. Al preguntarle si deseaba marcharse contestó que su dificultad era la de encontrar la mejor respuesta entre las muchas existentes y al pedirle que lo explicase respondió: desde la azotea del edificio se deja caer el barómetro y se mide el tiempo de caída y, a continuación el cuadrado de ese valor multiplíquese por el valor de la gravedad y divídase por dos. El valor resultante será la altura.
Ante esta insólita pero acertada y física respuesta Rutherford sugirió que le diesen la nota más alta pero, intrigado, le preguntó al estudiante por las otras posibles respuestas. Y el estudiante fue explicándolas: 1) Se coge el barómetro verticalmente y se mide su altura y la longitud de su sombra. Después se mide la longitud de la sombra del edificio y con una simple regla de tres simple se calcula la altura del edificio; 2) Se mide la longitud del barómetro y se suben todas las escaleras del edificio, marcando con el barómetro y contando el número total de veces precisas; 3) Desde la azotea se ata el barómetro con una cuerda y se mueve pendularmente en un movimiento semicircular vertical. Se mide el tiempo entre la posición superior y a la que se llega más inferior por un movimiento circular acelerado (aceleración de la gravedad) y con una sencilla fórmula trigonométrica se calcula la altura. 4) Otra variante es usar el sistema como un péndulo y medir su periodo de oscilación. 5) Existen otras posibilidades y la más directa posiblemente sería la de coger el barómetro, golpear la puerta de la casa del conserje, y decirle: Señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
Lord Rutherford, verdaderamente sorprendido le preguntó al estudiante si conocía la respuesta convencional al problema, es decir, que la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos puntos diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre estos puntos. La respuesta fue: Sí, la conocía, pero durante mis estudios los profesores lo que han intentado es enseñarme a pensar.
El estudiante se llamaba Niels Bohr, quien posteriormente trabajaría con Rutherford, publicaría su célebre modelo atómico en 1913, introdujo la teoría de las órbitas cuantizadas, y obtuvo el premio Nobel de Física en 1922.
¡Qué gran lección para profesores y alumnos!
A, y una frase hecha de mi repertorio, no sé quién la dijo, pero es solo por fastidiar:
"Un matemático necesita un boli, un papel y una papelera... un filósofo solo un boli y un papel" Para que reflexionéis.